Se dice frecuentemente que en la Medicina la clínica es lo más importante. Ese arte – porque es un arte – de encontrar sentido no sólo a las manifestaciones más evidentes de un padecimiento, sino también a los hallazgos sutiles, ocultos detrás del pabellón auricular, en los pliegues de la piel, en la pupila; o, tímidos, jugando a las escondidas en las conjuntivas del enfermo, esperando pacientes, detrás de los párpados, a que los encuentre sólo aquél que sepa que existen y haya pensado en ellos. La capacidad de tomar las piezas de un rompecabezas hecho de tiempo, eventos, síntomas e interpretaciones sin las cuales es imposible ayudar a quien sufre.
Una imagen tengo muy grabada en mi memoria de niño de 11 años, y es la del Dr. Corral, un médico de los de antes, de los que atendían a la familia toda a domicilio, cuando preguntaba sobre el olor de las heces en casos de diarrea – «…¿huele a gas de estufa, huevo podrido, perro muerto?…- Con el tiempo comprendí que el olor del excremento varía dependiendo del germen que cause la gastroenteritis; así como lo hace su consistencia («…¿flota, se va al fondo, se deshace?…»): pura clínica; clínica pura.
Se dice frecuentemente que en la Medicina la clínica es lo más importante. Creo, sin embargo, que es un arte en peligro de extinción: no encuentro ya a los maestros que hacían las rondas médicas seguidos por sus alumnos; aquellos que guiaban la mano del estudiante para percutir el tórax de un enfermo con neumonía, o los que apresaban la mano del médico en formación entre la suya y el abdomen de quien sufría dolor abdominal, para enseñarle la técnica de palpación. Las computadoras, los teléfonos celulares y el Internet han sustituido al interrogatorio inteligente, la técnica exploratoria, el estetoscopio y el silencio imponente y reverencial de las bibliotecas.
En mis tiempos, estudiar medicina exigía contar – entre otras cosas – con una alta capacidad de imaginación. Por más que una enfermedad estuviera detalladamente descrita en los libros de texto, era imposible entenderla por completo a menos que conocieras un caso de manera personal, y que el maestro te llevara de la mano para identificarla y desentrañarla (tocarla, escucharla y hasta olerla); y es que clínica proviene de las palabras klinê (cama) y klinein (recostarse), e implica atender (diagnosticar, tratar) al paciente al lado de su cama. Ahora, basta con escribir un par de palabras clave para, en apenas un par de segundos, tener a nuestra disposición no únicamente libros y artículos científicos completos del tema, sino tutoriales y videos de signos y otras manifestaciones que antes sólo conocíamos por su nombre. Actualmente, gracias a la Web, prácticamente no existe un solo padecimiento conocido en el mundo del que no podamos ver una imagen, un testimonio, un ejemplo.
A pesar de lo anterior, debo confesar que no percibo – en buen número estudiantes y no pocos colegas – el hambre por conocer, por investigar, por explorar el universo del paciente y sus enfermedades que la tecnología y los avances científicos han puesto a nuestro alcance. No veo, en muchos, la intención y el talento para emplear este conocimiento en adquirir mejores destrezas y mayores habilidades clínicas. La culpa no es únicamente de ellos. Quienes tenemos la invaluable fortuna de habernos formado con grandes clínicos tenemos la responsabilidad de impedir que este arte quede en el olvido. Los médicos de mi generación somos privilegiados: somos el puente entre dos mundos. Somos el vínculo entre un pasado no tan lejano de una práctica médica centrada en el interrogatorio dirigido, inteligente y la exploración concienzuda y analítica del paciente; y el presente (y, por lo tanto, el futuro), marcado por el acceso casi ilimitado a recursos diagnósticos, terapéuticos y tecnológicos sorprendentes que, sin embargo, nunca podrán tomar el lugar los los ojos, las manos y los oidos bien entrenados del médico.
Salvador:
Hoy leía que para Aristóteles existía una diferencia entre el «universal» y el «particular» (que en Medicina correspondería a la «enfermedad» y al «enfermo», respectivamente) y que el saber propio del universal es la ciencia y el saber propio del particular es la técnica y la prudencia. Por ello la clínica no es una ciencia (aunque se apoya en la ciencia, en este caso, en la Patología), sino un arte y debe ejercersecomo tal: técnicamente y prudentemente (que es una virtud ética).
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