Mis vecinas, las golondrinas

Entre arquitectos y albañiles, las golondrinas se turnan las tareas de construcción. Se lo toman muy en serio, como debe ser

No fallan. Todos los años nos visitan. Comienzan a rondar la casa con gran algarabía desde los primeros días de mayo; como si planearan mudarse pronto y no decidieran en donde construir su casa. Suelen ser dos, aunque a veces pueden verse varias parejas en una competencia por encontrar el mejor rincón, el que ofrezca las condiciones óptimas: Después de todo tener polluelos no es poca cosa.

Entre arquitectos y albañiles, las golondrinas se turnan las tareas de construcción. Se lo toman muy en serio, como debe ser: Nido firme, bien adosado a la pared, en el punto exacto para, en algunas semanas, albergar a la familia toda, incluso hasta bien entrado el verano.

Los tres últimos años han decidido instalarse justo afuera del balcón de mi habitación. Mostrando la generosidad de los buenos vecinos, todos los días me despiertan con el canto de los padres y el alboroto de los pequeños: – ya hace hambre – parecen decir. Es una delicia; un lujo del que gozamos mi esposa y yo desde las primeras horas de la mañana, cuando nuestro despertador es el llamado vivo de la naturaleza: Ellas, haciendo la primera voz; y como fondo, el coro de los grillos y el llamado a comenzar el día de algún gallo madrugador que intenta unirse al concierto.

A veces, sólo a veces, queda únicamente una golondrina a cargo de los pequeños. El canto es más discreto, como si no hubiera mucho que festejar. Alguna vez me pregunté si sería él o ella quien permanece con los hijos. Seguramente es la madre: como en los humanos, quizás, él también hubiera buscado otro nido.