Mi alma está más viva que nunca, y aunque mis rodillas frecuentemente opinen lo contrario mi corazón sigue sintiéndose joven
Me acerco con pasos acelerados a mi primer medio siglo de vida. No es que crea que lograré completar el centenario pero soy optimista. Lo cierto es que quisiera bajar un poco el ritmo para disfrutar cada paso; digamos que no me negaría a hacer una parada en el camino para, desde la orilla del sendero, analizar serena y objetivamente lo que he dejado atrás; además de calcular qué haré con lo que vendrá más delante: seguramente habrá de todo, y aunque el paisaje no es del todo claro estoy convencido de que el destino será fabuloso.
El equipaje que he logrado durante el viaje no es poca cosa. Es consecuencia de pérdidas y ganancias no siempre atribuibles a mi persona; aunque en gran medida soy producto de mis decisiones, buenas o malas, pero es lo que hay. Mi alma está más viva que nunca, y aunque mis rodillas frecuentemente opinen lo contrario mi corazón sigue sintiéndose joven.
En este gran costal de vida que traigo a cuestas guardo a los padres que me recibieron y a los que después yo despedí; hermanos y hermanas – ellas ya se fueron, ellos siguen aquí -; una esposa, una hija y dos hijos que alimentan mi alma; varios perros, todos nobles e incondicionales, como suelen ser los perros (y debiéramos ser nosotros); casas y cosas, sin más valor que el que les damos y que el que tendrán al momento de partir. En fin, mi equipaje puede ser más o menos pesado que el de cualquiera y tan valioso como el que más, pero es mío y con eso es suficiente. A comenzar pues el camino de vuelta, con pasos firmes y decididos, con los brazos abiertos para recibir lo que haya de llegar.