La inconsciente sabiduría de los niños puede llevarnos a reflexionar sobre lo que verdaderamente importa
Ayer fui a la farmacia, y mientras esperaba que me atendieran comenzó a escucharse la voz de un niño haciendo preguntas a su mamá quien, como suele ocurrir cuando llevas varios minutos de bombardeo, respondía parcamente y con notable desgano. De repente, sin cambiar el tono inquisitivo y juguetón, el niño dijo – «mamá, en el 2021 yo ya voy a estar muerto, ¿verdad?» -. Quienes nos dimos cuenta, volteamos inmediatamente hacia donde se encontraban, mirando alternadamente a uno y a otra. – «¿Cómo se te ocurre, mi amor; si solamente tienes cinco años!» – El niño se distrajo con unos dulces que había en el mostrador, y la mamá recibió algunos comentarios por parte de la cajera y otros clientes: -«¡Qué curioso, su niño!= -, -«¡Qué cosas dice su hijo: le va a sacar canas verdes!»-.
La escena me quedó grabada durante buena parte de la tarde. La pregunta, además de simpática y hasta tierna; por inocente, encierra – desde mi punto de vista – un escenario que nadie puede descartar: en el 2021 existe una posibilidad (que espero no se cumpla) de que tanto el pequeño como cualquiera de nosotros hayamos desaparecido. La inconsciente sabiduría de los niños (todos lo son, sin saberlo; y tampoco es raro que a los adultos nos pase desapercibida) puede, si estamos alerta, llevarnos a reflexionar sobre lo que verdaderamente importa: disfrutar el aquí y el ahora, saltar sobre todos los charcos que se nos pongan enfrente, reír a carcajadas, jugar bajo la lluvia cada vez que podamos y caminar descalzos en el lodo.